La filosofía como principio de desideologización |
Tiempo promedio de lectura: 10 minutos Tomado de: ¿Filosofía para qué? De Ignacio Ellacuria Es posible que muchas filosofías hayan servido de justificación del orden imperante, unas veces pretendiéndolo explícitamente y otras sin pretenderlo, por no percatarse de lo condicionado que puede estar un pensamiento por la situación en la cual se desenvuelve. Son aquel tipo de filosofías o aquella parte de algunas filosofías que pretenden positivamente exponer cómo son las cosas. Pero no todas las filosofías han sido solamente eso. Ya lo vimos en Sócrates, cuya tarea primera fue crítica, al pretender mostrar cómo quienes se estimaban como sabios no lo eran y cómo sus saberes no eran tales, sino que eran ignorancias interesadas; Kant, por su lado, a más de veintidós siglos de distancia, escribe lo más importante de su obra en forma de crítica (Crítica de la razón pura, Crítica de la razón práctica, Crítica del juicio); Marx mismo escribe casi toda su obra a partir de una crítica. En realidad, casi todos los filósofos se debaten en permanente crítica unos de otros. Estos hechos nos llevan a plantearnos el quehacer de la filosofía respecto de las ideologías. Cuando se habla de la ideología de un determinado autor lo que se entiende, en una primera aproximación, es el conjunto más o menos sistemático de ideas que ese autor expresa. Pero desde Maquiavelo para acá se ha insistido cada vez más en el carácter subjetivo de los sistemas ideológicos, que tras su intento de representar lo que es la realidad lo que podrían estar haciendo es encubrirla, en beneficio de determinados intereses personales o sociales. Fue Marx quien más insistió sistemáticamente en el carácter de enmascaramiento de las ideologías, que, en el fondo, no serían sino reflejos de una determinada estructura socio-económica: las clases dominantes intentarían sustituir la verdad de la realidad por toda una superestructura ideológica, que impediría a las clases dominadas darse cuenta de las relaciones reales. La ideología sería un sustitutivo de la realidad y un sustitutivo cuya finalidad objetiva sería enmascarar la realidad, especialmente la realidad socio-histórica; cobra una cierta autonomía y puede así convertirse en instrumento de lucha. Cada pensamiento, además de su inmediato contenido, tiene inmediata relación con una determinada situación, sea del individuo que lo construye o sea del momento socio-histórico en que aparece. Aunque todo pensamiento puede ser ideologizado, incluso el aparentemente científico y racional, es claro que más puede serlo todo aquel tipo de pensamiento que, por su naturaleza, es más globalizante, más orientado a dar el sentido de las cosas y más propicio a convertirse en conciencia operativa en el nivel individual o en el nivel social. El elemento ideologizador de un pensamiento estaría, por lo tanto, no propiamente en su contenido, sino en lo que ese contenido tiene de relación con una determinada situación o con una determinada acción. La filosofía, por su propia naturaleza, propendería a convertirse en ideología y tendería a convenirse en una aparente racionalización de subjetividades interesadas. Dejaría de ser inquisición racional sobre la realidad para convertirse en arma autónoma que puede ser utilizada interesadamente, sea en favor de la dominación, sea en contra de ella. Los sofistas, contra los que luchó Sócrates, serían uno de los primeros modelos desde la perspectiva del interés individual, de la utilización ideológica de la filosofía. Basten estas someras indicaciones, tan esquemáticas como superficiales, para entrar en nuestro problema. ¿Es la filosofía principio de ideologización o es la filosofía principio de desideologización? ¿Es la filosofía una premeditada escapatoria de la realidad que, aun en el mejor de sus intentos, sólo sería capaz de cambiar la superficie de las ideas, para evitar el cambio de la realidad? Ante todo, conviene subrayar la relativa autonomía del pensamiento. El que todo pensamiento esté situado y condicionado no significa necesariamente que esté predeterminado; más aún, no hay forma más radical y posibilitante de liberarse de condicionamientos que el propio pensamiento. Los denunciadores y liberadores del aspecto ideologizante del pensamiento, han realizado su tarea desde el pensamiento mismo. El pensar humano está condicionado —y mucho más de lo que piensan marxistas apresurados de última hora—por la estructura psico-biológica del hombre, por su biopersonalidad; está condicionado, asimismo, por las posibilidades culturales con las que cada pensador cuenta; está condicionado también por toda clase de intereses (Habermas) y no sólo, ni siempre principalmente, por los intereses de clase. Los condicionamientos materiales del pensamiento son múltiples y van desde la subjetividad más inconsciente hasta la objetividad más manifiesta. Todo ello es cierto y sólo una consideración crítica de todos los condicionamientos puede dar paso a un proceso de liberación y de racionalización del pensar humano. Pero este radical condicionamiento del pensar no sólo no obstaculiza definitivamente la labor cognoscitiva, que va en busca de la realidad verdadera de las cosas, sino que es posibilitante de su concreta libertad, si es que se logran asumir críticamente esos condicionamientos. Precisamente, la posibilidad misma de las ideologías estriba en que el pensamiento no es sin más una determinación proveniente de la realidad, ni siquiera de la realidad social; si así lo fuera, todos pensarían lo mismo, mientras que de hecho sólo "piensan" lo mismo los que en realidad no piensan. Esa es la razón por la cual los filósofos piensan de forma tan distinta entre sí, tanto más distinta cuanto de mayor categoría sea su pensamiento. Esta es también la razón por la que todo sistema dominante quiere poner cortapisas al pensamiento y busca pensadores asalariados que lo defiendan y lo propaguen. Hay una autonomía de la propia individualidad en la estructura social —no sólo no se excluyen, sino que se incluyen estructura social e individualidad—, y en esa individualidad juega un papel decisivo la relativa autonomía del pensamiento. La filosofía pretende ser un desarrollo a fondo de esa autonomía, en cuanto pretende temáticamente liberarse de toda imposición para emprender su tarea de racionalidad. Dos son los mecanismos con los que realiza su proceso de independencia y su propósito de desideologización: la duda y la negación. Tomadas a una son la base de la posibilidad crítica de la filosofía. Es una labor que no puede realizar a solas; requiere el concurso de los análisis científicos, pero el análisis científico pertenece intrínsecamente a la labor filosófica, aunque no sea el todo de ella, ni su elemento diferenciador. A esta capacidad de duda y de negación, a esta capacidad de crítica, suelen llamar los dogmáticos revisionismo o herejía, según los casos. Se explica por qué: la duda y la negación disminuyen la velocidad de la acción, rompen el carácter monolítico de la organización, dan paso a desahogos individualistas, etc. Pero, por la otra faz, muestran la autonomía del pensamiento, su capacidad para convertir la determinación en indeterminación, la necesidad en libertad. En cuanto la filosofía es, por su propia naturaleza, lugar propio de la duda y de la negación críticas, representa una de las posibilidades más radicales de desideologización. Otra razón hay que añadir. La filosofía busca permanentemente salirse de los límites de cualquier punto de vista determinado para intentar abarcar la totalidad; más aún, en algún modo, procura salirse de cualquier totalidad determinada y aun de la totalidad de las totalidades, para poderlas enfocar como un todo. En este intento, necesita de muchos correctivos y de muchas sugerencias para que su salida no sea evasión o alienación. Como lo mostró Marx en su crítica de Hegel, en este intento está amenazada de caer en mistificaciones, al convertir lo que es idea del sujeto en realidad objetiva y la realidad objetiva en puro predicado ideal; al convertir los agentes verdaderos en resultados y los resultados en agentes. Pero estos peligros son salvables y no pueden ser razón suficiente para impedir la aventura de ir en busca de la realidad tal como es, esto es, en su complejidad y en su totalidad. Sólo el que en lo limitado ve consciente y críticamente más que lo limitado puede desideologizar, impedir que la parte se le convierta en todo, que lo relativo se le convierta en absoluto. Que los filósofos hayan cometido errores en este intento, al confundir lo empírico con lo absoluto y lo absoluto con lo empírico, no es objeción contra la necesidad de su propósito, máxime cuando han sido los mismos filósofos quienes han ido superando en la historia este tipo de confusiones. Pero es claro que en este esfuerzo por situarse fuera del todo se da una posibilidad real de salirse, en alguna manera, de él y así ser su propio crítico y crítico de todo lo demás. De aquí se deduce que hay más peligro de convertirse en ideología cuando la filosofía deja su tarea crítica y emprende su tarea constructiva y sistemática. Sin embargo, la filosofía no da de sí todo lo que debe sino busca ser sistema explicativo de lo real, pues en eso residen últimamente su gloria y su fracaso. Mientras sea creativa y no meramente repetitiva, el peligro es menor, porque cuando crea y afirma, es en sí misma crítica, si no como representación de la realidad, sí como instrumento de aproximación a ella. Las grandes filosofías como representaciones o sustituciones de la realidad pueden convertirse en ideologías y defraudar a quien va en busca de la realidad tal como es, pero como instrumentos de aproximación, como vías que uno ha de recorrer, son medios espléndidos de realización. El filósofo no está solo en el conjunto estructural de la sociedad; no puede pedírsele que lo haga todo él o que haga solo todo lo que la sociedad necesita. Hay que pedirle que haga bien lo que sólo él puede hacer y que lo haga en su tiempo y en su lugar. |