La filosofía como vivencia   

  La filosofía como vivencia  

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Tomado de: Lecciones preliminares de filosofía

de Manuel García Morentes

 

La filosofía es, por de pronto, algo que el hombre hace, que el hombre ha hecho. Lo primero que debemos intentar, pues, es definir ese «hacer» que llamamos filosofía. Deberemos por lo menos dar un concepto general de la filosofía, y quizá fuese la incumbencia de esta lección primera la de explicar y exponer qué es la filosofía. Pero esto es imposible. Es absolutamente imposible decir de antemano qué es filosofía. No se puede definir la filosofía antes de hacerla; como no se puede definir en general ninguna ciencia, ni ninguna disciplina, antes de entrar directamente en el trabajo de hacerla.

Una ciencia, una disciplina, un «hacer» humano cualquiera, recibe su concepto claro, su noción precisa, cuando ya el hombre ha dominado ese hacer. Sólo sabrán ustedes qué es filosofía cuando sean realmente filósofos. Por consiguiente, no puedo decirles lo que es filosofía. Filosofía es lo que vamos a hacer ahora juntos, durante este curso en la Universidad de Tucumán.

¿Qué quiere esto decir? Esto quiere decir que la filosofía, más que ninguna otra disciplina, necesita ser vivida. Necesitamos tener de ella una «vivencia». La palabra vivencia ha sido introducida en el vocabulario español por los escritores de la Revista de Occidente, como traducción de la palabra alemana Erlebnis. Vivencia significa lo que tenemos realmente en nuestro ser psíquico; lo que real y verdaderamente estamos sintiendo, teniendo, en la plenitud de la palabra «tener».

Voy a dar un ejemplo para que comprendan bien lo que es la «vivencia». El ejemplo no es mío, es de Bergson. Una persona puede estudiar minuciosamente el plano de París; estudiarlo muy bien; notar uno por uno los diferentes nombres de las calles; estudiar sus direcciones; luego puede estudiar los monumentos que hay en cada calle; puede estudiar los planos de esos monumentos; puede repasar las series de las fotografías del Museo del Louvre, una por una. Después de haber estudiado el plano y los monumentos, puede este hombre procurarse una visión de las perspectivas de París, mediante una serie de fotografías tomadas de múltiples puntos de vista. Puede llegar de esa manera a tener una idea regularmente clara, muy clara, clarísima, detalladísima de París.

Esta idea podrá ir perfeccionándose cada vez más, conforme los estudios de este hombre sean cada vez más minuciosos; pero siempre será una mera idea. En cambio, veinte minutos de paseo a pie por París, son una vivencia.

Entre veinte minutos de paseo a pie por una calle de París y la más larga y minuciosa colección de fotografías, hay un abismo. La una es una mera idea, una representación, un concepto, una elaboración intelectual; mientras que la otra es ponerse uno realmente en presencia del objeto, esto es: vivirlo, vivir con él; tenerlo propia y realmente en la vida; no el concepto que lo substituya; no la fotografía que lo substituya; no el plano, no el esquema, que lo substituya, sino él mismo. Pues lo que nosotros vamos a hacer es vivir la filosofía.

Para vivirla es indispensable entrar en ella como se entra en una selva; entrar en ella a explorarla. En esta primera exploración, evidentemente no viviremos la totalidad de ese territorio que se llama filosofía. Pasearemos por algunas de sus avenidas; entraremos en algunos de sus claros y de sus bosques; viviremos realmente algunas de sus cuestiones, pero otras ni siquiera sabremos que existen quizá. Podremos de esas otras o de la totalidad del territorio filosófico, tener alguna idea, algún esquema, como cuando preparamos algún viaje tenemos de antemano una idea o un esquema leyendo el Baedeker previamente. Pero vivir, vivir la realidad filosófica, es algo que no podremos hacer más que en un cierto número de cuestiones y desde ciertos puntos de vista.

Cuando pasen años y sean ustedes viajeros del continente filosófico, más avezados y más viejos, sus vivencias filosóficas serán más abundantes, y entonces podrán ustedes tener una idea cada vez más clara, una definición o concepto cada vez más claro, de la filosofía.

De vez en cuando, en estos viajes nuestros, en esta peregrinación nuestra por el territorio de la filosofía, podremos detenernos y hacer balance, hacer recuento de conjunto de las experiencias, de las vivencias que hayamos tenido; y entonces podremos formular alguna definición general de la filosofía, basada en esas auténticas vivencias que hayamos tenido hasta entonces. Esa definición entonces tendrá sentido, estará llena de sentido, porque habrá dentro de ella vivencias personales nuestras. En cambio una definición que se dé de la filosofía, antes de haberla vivido, no puede tener sentido, resultará ininteligible. Parecerá acaso inteligible en sus términos; estará compuesta de palabras que ofrecen un sentido; pero ese sentido no estará lleno de la vivencia real. No tendrá para nosotros esas resonancias largas de algo que hemos estado mucho tiempo viviendo y meditando.

Así, por ejemplo, es posible reducir los sistemas filosóficos de algunos grandes filósofos a una o dos fórmulas muy pregnantes, muy bien acuñadas. Pero, ¿qué dicen esas fórmulas a quien no ha caminado a lo largo de las páginas de los libros de esos filósofos? Si les digo a ustedes, por ejemplo, que el sistema de Hegel puede resumirse en la fórmula de que «todo lo racional es real y todo lo real es racional», es cierto que el sistema de Hegel puede resumirse en esa fórmula. Es cierto también que esa fórmula presenta un sentido inmediato, inteligible, que es la identificación de lo racional con lo real, tanto poniendo como sujeto a lo racional y como objeto a lo real, como invirtiendo los términos de la proposición y poniendo lo real como sujeto y lo racional como predicado.

Pero a pesar de ese sentido aparente e inmediato que tiene esta fórmula, y a pesar de ser realmente una fórmula que expresa en conjunto bastante bien el contenido del sistema hegeliano, ¿qué les dice a ustedes? No les dice nada. No les dice ni más ni menos que el nombre de una ciudad que ustedes no han visto, o el nombre de una calle por la cual no han pasado nunca. Si yo les digo a ustedes que la Avenida de los Campos Elíseos está entre la Plaza de la Concordia y la Plaza de la Estrella, ustedes tienen una frase con un sentido; pero dentro de ese sentido no pueden poner una realidad auténticamente vivida por ustedes.

En cambio, si se ponen a leer, a meditar, los difíciles libros de Hegel; si se sumergen y bracean en el mar sin fondo de la Lógica, de la Fenomenología del Espíritu, o de la Filosofía de la Historia Universal, al cabo de algún tiempo de convivir por la lectura con estos libros de Hegel, ustedes viven esa filosofía: estos secretos caminos les son a ustedes conocidos, familiares; las diferentes deducciones, los razonamientos por donde Hegel va pasando de una afirmación a otra, de una tesis a otra, ustedes también los han recorrido de la mano del gran filósofo. Y entonces, cuando lleven algún tiempo viviéndolos y oigan decir la fórmula de «todo lo racional es real y todo lo real es racional», llenarán esa fórmula con un contenido vital, con algo que ha vivido realmente, y cobrará esa fórmula una cantidad de sentidos y de resonancias infinitas que, dicha de primera vez, no tendría.

Pues bien: si yo ahora les diese alguna definición de la filosofía, o si me pusiese a discutir con ustedes varias definiciones de la filosofía, sería exactamente lo mismo que ofrecerles la fórmula del sistema hegeliano. No pondrían ustedes dentro de esa definición ninguna vivencia personal. Por eso me abstengo de dar ninguna definición de la filosofía. Solamente, repito, cuando hayamos recorrido algún camino, por pequeño que sea, dentro de la filosofía misma, entonces podremos, de vez en cuando, hacer alto, volver atrás, recapitular las vivencias tenidas e intentar alguna fórmula general que recoja, palpitante de vida, esas representaciones experimentadas realmente por nosotros mismos.